
Pongamos todo en perspectiva // Carlos Villalobos
Habiendo vivido los dosmiles como joven entre la ciudad de Oaxaca y Ciudad Ixtepec (¡Viva San Jerónimo Doctor!), acceder en aquellos años a estantes, salas de cine y disquerías era complicado porque o era muy caro o de plano no habían opciones diferentes más allá de lo impuesto por sus respectivas industrias, luego entonces. ¿Cómo acceder a los libros de Ernest Cline, a los cómics de Alan Moore, o a las películas como Control, la biopic de Ian Curtis? La respuesta, incómoda pero honesta, es la misma que hoy causa escozor a las corporaciones: la piratería y léase bien, no se trataba de avaricia, sino de supervivencia cultural.
Hoy, en plena era digital, el panorama parece distinto, pero no lo es, ya que las plataformas de streaming prometieron democratizar el acceso al arte y a las experiencias estéticas, pero lo que hemos visto es una pulverización de servicios que exige suscripciones múltiples, precios inflados y una dependencia perpetua a la conexión a internet. Netflix, Disney+, HBO Max, Spotify, Apple Music y la lista crece y crece, y con ella, la frustración va para arriba. Lo que antes resolvía un DVD pirateado, un link a megaupload, o un libro descargado en PDF, ahora requiere navegar un laberinto de apps, contraseñas y restricciones geográficas y aún así ¡Nada es nuestro!
Dentro de los casos recientes que ejemplifican mi punto, Amazon acaba de recordarnos lo frágil que es nuestro vínculo con la cultura digital. Al eliminar la opción de descargar libros comprados en Kindle mediante USB, la empresa de Jeff Bezos no solo restringe una función práctica, como respaldar obras o transferirlas a otros dispositivos, sino que refuerza una idea inquietante: nunca fuimos dueños de esos libros, solo alquilamos acceso temporal, sujeto a los caprichos corporativos.
¿Exagero? En 2009, Amazon borró remotamente “Rebelión en la granja” de George Orwell de todos los Kindle tras descubrir que lo vendía sin derechos. Fue como si un fantasma entrara en tu casa y quemara un libro de tu biblioteca. Hoy, sin la opción de descarga USB, Amazon puede modificar, censurar o eliminar contenidos sin dejar rastro. ¿Qué pasará si, mañana, un gobierno presiona para retirar un ensayo crítico? ¿O si la empresa decide que ya no es rentable almacenar ese libro que compraste hace una década?
Lo mismo ocurre con la música, el cine y hasta los videojuegos y es que Spotify, por ejemplo, persigue implacablemente las APK modificadas que permitían acceder a su servicio premium sin pagar. Pero ¿por qué existen esas APK? No solo por la aversión a pagar, sino porque el modelo de streaming, con sus listas que desaparecen, sus algoritmos caprichosos y sus versiones gratuitas castradas, genera una sensación de precariedad; porque pagas, pero no posees y si dejas de pagar, te quedas sin nada.